En el concurso de imitadores, los miedos siempre solían ganar a los sueños. Nunca supimos poner tanto de nosotros mismos en las cosas que nos elevan, como en aquellas que nos frenan.
Quitar la alarma cada noche para que me despierte por la mañana, la luz natural que emiten tus ojos, cada vez que se activa tu sonrisa.
En la era de la tecnología humana
no había gafas de realidad emocional a los demás,
ni vuelos que llevasen a viajes interiores,
ni apps con las que darnos likes a cada una de nuestras propias inseguridades.
Cuando se trataba de palabras,
como si fuera una obra de teatro,
todo el mundo sabía qué decir.
Pero en lo referente a los silencios,
aún nos quedaban años y años por aprender…
Me dejaste castillos en el aire
para cuando pudiera volar.
Si no pesaran tanto estas inseguridades,
créeme,
que no habría un hueco del cielo que dejásemos sin explorar.
Solo necesitamos tiempo
y una dosis de realidad.
¿Cuántas veces habrá que chocar para poder encajar?
Se preguntaba la pieza de puzle cuando llegaba una nueva caja.
En las películas de guerra, el protagonista saca lo mejor de sí mismo justo tras recibir las heridas más mortíferas.
Escribiendo pasa lo mismo.
La deuda se vio de pronto sorprendida al tocar casi el infinito. Nadie le había explicado, que es lo que suele suceder cuando a alguien le regalan su libro favorito.
Soltar
lo que nunca se ha tenido,
dejar estar
lo que nunca fue
y otras formas de castigo.
Sería mas sencillo si fuéramos capaces de ir olvidando por el camino,
si rebajásemos las expectativas para cruzar otras puertas o si aceptáramos cualquier atajo.
Pero… ¿de qué sirve tocar un cielo carente de estrellas?
Hay palabras que nunca pierden su filo,
que son capaces de atravesar las armaduras del tiempo
y hacer de la cicatriz cerrada, una herida fresca.
Día 295
Hace 200 que dejaste de leerme.
95 desde que fui consciente.
Y desde siempre, que escribo para comprenderme.
Déjame volar con el viento,
que cada vez que toco tu tierra
encuentro hierba y después polvo.
Si lo nuestro está destinado a ser
nos encontraremos en nuestra estación,
como las dos hojas más perfectas de todo el lago.
Lanzabas al océano
cofres del tesoro
con nuestro futuro
en forma de baliza.
Por si algún día
acaba esta eterna noche,
pueda hacerme a la mar
y encontrarte.
Desde que te fuiste
nadie me ha dado alcance,
sigo llegando a todo el primero.
Lástima que la vida
no sea una carrera.