Se pregunta cada día quién es y en su pasado busca la respuesta. No sabe que él, es lo que piensa ahora. Mañana pensará y será otra.
El azar volvía a situarle en su camino. Era ese tipo de persona que por mucho que te esfuerzas, no puedes evitar echar de menos.
Ella le hizo pequeño, dejándolo atrapado en su corazón.
Él viajó por su torrente sanguíneo, hasta que la llenó de heridas y huyó.
Cuando el odio prendió el punto final de su historia, el fuego actuó tan rápido, que el viento solo pudo llevarse el «Érase una vez».
Oyó al gato andar por los tejados.
Después un silencio.
Algo no iba bien.
Un temor empezó a envolverle.
Era noche sin luna.
Ella no era muy hermosa pero le hacía volar por mundos de fantasía.
Él era realista y eligió la belleza terrenal de otra mujer.
El lector repasaba el código de aquella caja con información una y otra vez sin éxito.
De nuevo la mente no podía racionalizar el sentimiento.
Colapso total.
Quemó objetos y borró todas las fotos.
Pero el cerebro no iba a permitir que aquello nunca hubiera existido.
Lo recordaría.
-¿Y esa sonrisa?
-No sé, simplemente me cansé de estar siempre triste.
El tiempo engañó a su mente racional, se internó en su fortaleza y liberó a la emocional.
Ella se despertó echándole de menos.
Sus ojos eran como la luna: podían menguar o crecer, pero en su cara oculta se almacenaba un halo de tristeza que solo él veía.
Para cuando la humanidad abandonase la Tierra, él seguiría tumbado en la cama con los ojos abiertos.
Solo y sin poder dormir.
Antes de saltar pensó si merecía la pena volar unos instantes a cambio de pasar meses recuperándose por la caída.
Su relación era como una mochila donde a cada paso metían una y otra piedra.
Cuando todo terminó, ella sentía que podía volar.
El hecho de no ser apuesto y mirarla era la mayor afrenta posible para ella.
Sin saber que sería la última persona que lo haría.