Al final,
ni estabas tan por las nubes
como yo te había puesto,
ni yo tan abajo
como me había imaginado.
Pero madre mía qué vuelo.
Estoy bien – decía.
Pero cuando intentaba salir, se encontraba con un vendaval.
Estoy bien, aunque es una cárcel – matizaba – vivir en el ojo del huracán.
Así marchaba el mecanismo: dos piezas que no acaban de encajar y se van mellando la una a la otra, hasta que finalmente todo deja de funcionar.
Lanzaba deseos escritos en papel, esperando que alguno creciera lo suficiente para ser el árbol que pusiera fin a esta deriva.
Al final, de una forma u otra, acabaremos por encontrar el camino; o quizá no, quizá solo tengamos que dar la vuelta y regresar a donde fuimos.
Nos veremos al otro lado – dijiste
Y yo no dejaba de girar la vida en todas direcciones.
Pero por más que busqué,
jamás apareciste.
El miedo al futuro que no será,
me hizo más fuerte.
Y allí estabas tú,
esperándome al otro lado de mis temores.
Se hicieron mayores cuando:
1. Dejaron de creer en el amor
2. El trabajo se volvió una obligación
3. Los sueños solo existían durmiendo
No eran niños perdidos, solo adultos huyendo.
Aquel 8 de marzo todas las mujeres recibían el regalo más bonito del mundo: un espejo.
Para quererse más,
para hacerlo bien.
La paradoja que conlleva
romper con todo
para volver a estar entera.
Repasaba la mano por dentro buscando la pata del conejo, la suerte hacía años que se había ido y en su chistera ya solo tocaba fondo.
Perseguía amores inocuos, breves y superficiales, de los que huir sin gran esfuerzo. No poder salir de las profundidades de alguien, se volvió su mayor miedo.
Para los demás solo era un borracho cualquiera, pero yo veía a un hombre al que la vida le había embriagado con demasiadas certezas.
No te eches la culpa
por llegar tarde a la vida de nadie.
El tiempo siempre llega
con la puntualidad exacta
de dos agujas de coser
cerrando el mismo nudo
a la par.
Ensayaba sonrisas
para fingir felicidad
y que un día el personaje
secuestrara su personalidad.
Socialmente aceptamos la risa amarga como sustitutivo del llanto. Incomoda menos y también nos hace menos humanos. Pero lo peor es que la pena, nos sigue inundando.