Al pasar ciertos límites, resulta inmensamente más complicado contar la cruda verdad, que fabricar mentiras elaboradas.
De pronto un día vuelves a quererte,
como cuando eras niña
y de tu luz,
dejan de salir grietas.
-¿Qué harás cuando no nos volvamos a ver?
-Llo veré
255.000 personas con el mismo nombre en el mundo
y solo el suyo sonaba a Fa sostenido.
Soltaba cometas, sabiendo que el viento volvería a juntarlas en algún momento. Era ese tipo de ser independiente.
Como si de un leve empujón se tratara, aquel pensamiento me llevaba a un estanque repleto de pirañas, devorando la energía que me quedaba para afrontar el resto del día.
De pronto la persona a los mandos da un volantazo y la que va de copiloto, se despierta en mitad de ninguna parte, sin saber por qué su relación ha terminado. Mirando como el conductor, sigue su camino con el retrovisor arrancado.
– Esto no es original
– Has escrito ya sobre esto
– No aporta nada nuevo
– Se te ha agotado la chispa
– Tampoco te lee nadie…
Trastorno de múltiple detractor.
Y solo tiene una cura: seguir escribiendo.
Sigues con tus juegos de manos
y tus hechizos «y sí…»
para demostrar que existe una magia,
que no pasa de truco malo
y en el que parece,
que va a desaparecer sin dejar rastro.
Me pregunto a qué le tienes tanto miedo, si a ti misma o a tus complejos, ¿no sabes, tú que tanto has leído, que los seres perfectos, viven atrapados en libros?
Éramos
las cartas de deseos que mandamos
y fuimos
los regalos que nunca recibimos.
Entre medias quedan,
varios años de mentirnos.
De todos los amores se sale,
pero a muy pocos vuelves para quedarte.
El olor a libro te delata,
cuesta encontrarte entre tanta estantería,
te escondes entre los silencios de esta sala,
tus ojos susurran más de mil palabras.
Musa de biblioteca,
dame tus llaves,
cierra mi alma.
Seguíamos corriendo a escondernos,
de un lobo que no llegaría nunca.
Llevaba una brújula en lugar de su reloj,
porque medía el tiempo en destinos.