Le flaquearon las fuerzas.
Todo parecía perdido.
Sonrió por dentro y apretó los dientes con fuerza.
Estaba a punto de conseguirlo.
Si encuentran esto es que ya es demasiado tarde.
Construí aquella barca
Pero dejarme vivir no era el destino de aquella tormenta.
Existen un tipo de mentiras que hacen buenas las historias y que todos aceptamos, porque crean un mundo donde todo es posible.
-¿Por qué me ayudas si no me conoces?
-Porque la partida sigue y todos merecemos a veces una chaqueta para cruzar los charcos.
Las personas solo eran medios para alcanzar su felicidad. Disfrazaba todo de falso aprecio y esperaba sus regalos de Navidad.
Entre el olor y la enfurecida paz de la primera tormenta del verano, corrieron bajo la lluvia para no dejar de ser niños nunca.
Los cuervos empezaron a graznar
un peligro acechaba
pero él estaba a salvo en casa
aquellos ruidos solo existían en su cabeza.
El sabio dijo: “A veces el castigo es exacerbado para la lección que aprendemos.
Por eso es importante saber elegir las batallas.”
A veces el destino le ponía trampas y el pasado volvía a buscarle. Pese a tener una tendencia innata a girarse, seguía adelante.
Intenté hacerla sonreír por última vez. Ella nunca sabría que aquel extraño era yo, ni que aquella sería la última vez que nos veríamos.
Al borde del precipicio descansaban sus sueños. Un paso antes de la locura.
Allí encontraría la última estrofa que le faltaba o comprendería que aquel era el punto y final de su historia. Pero cerraría su inconclusa obra.
Aquel comienzo suponía varias despedidas. Porque a veces las cosas se acaban con principios y no con finales.
Sin embargo, había días que cargaba con el mundo a sus espaldas, sonreía un poco menos fuerte, pero la pasión no menguaba.
A veces era tan complicado tratar de conseguirlo, como dejarlo ir…
Odio y resignación desaparecieron con el tiempo. Y empezó a sentir que ya no sentía nada, una ausencia extrañamente extraña.