Aprendí a encontrarme en mis derrotas, para no perderme nunca en las victorias.
Cómo ver la playa
y no imaginarte
corriendo sobre la arena,
mirando el horizonte lejano,
buscando respuestas de adulta
en aquel mundo de niños
y de amores de verano.
Cuando descubrí que la mayoría de los motivos, para pedirte que te quedaras, eran egoístas, solté la cuerda para que tu cometa volara todo lo alto que te merecías.
Cientos y cientos de matches
y ninguna conexión real.
Coincidieron en ganas, en tiempo, en planes y en momento vital.
Pero de esa lista, ninguno de los dos consiguió invocar la magia.
Quizá cuando aceptemos como normal la realidad que nos ha tocado vivir, dejaremos de marcar fechas irreales en el calendario y encontraremos una calma que se acerca a la felicidad que nos permiten los tiempos que corren.
Cada noche vuelvo a asomarme
al pozo de la inspiración
para ver si encuentro versos,
la imaginación me engaña
pero yo hace tiempo que sé,
que está totalmente seco.
Algunas veces he preferido parecer un imbécil antes que un cobarde. Porque todos hemos visto a las masas vitorear a idiotas, pero nunca a aquellos faltos de valentía.
Quizá cuando sean las tres,
volvamos a ser dos.
Nos pasamos los días buscando la pieza que hará funcionar el engranaje de nuestra vida y a veces solo necesitamos que gire en la dirección correcta.
La esperanza siempre existe, aunque a veces perdamos la fe encontrándola.
He seguido avanzando, reinventándome, dejando atrás todo lo que una vez formó parte de mí. A veces echo de menos aquellos días, pero de eso se trata todo esto: de seguir adelante.
En medio de todo aquella incertidumbre, la gente comenzó a cantar desde sus ventanas, esperando que llegara al mundo la voz de la razón.
Salí a cruzarme con el destino
y te encontré a ti.
A día de hoy no sé,
quién se encontró a quién,
pero aún resuenan en el tiempo
los ecos de aquel impacto.
Te miro y pienso, lo complicado que es no enamorarse de ti con locura, pero al final nadie quiere sentar base cuando el equilibrio no dura.
Aquella noche, por primera vez en la historia, lo que más terror les daba era la propia normalidad, porque pasaba el tiempo y seguía sin aparecer.