Pasarían años antes de que colocase la primera piedra de su camino. El tiempo exacto para comprender hacia donde quería ir.
Todo el mundo me decía que había perdido el tren de mi vida. Supongo que no ven que el mundo está lleno de estaciones.
No seguiría el camino fácil de los demás enterrando los errores de su pasado. No. Mantendría la herida abierta para no olvidar.
Y empezó a echar de menos el presente, como si su mente hubiera viajado al futuro y su cuerpo estuviese atrapado en el pasado.
El mayor de los locos aún puede enloquecer un poco más por convertirse en aquello que anhelan los ojos de la persona a la que ama.
Noches en las que esperas haber aprendido algo, por pequeño que sea, que justifique un día totalmente nefasto.
Como cada noche repitió la misma rutina: pensar si las cosas que había hecho aquel día le alejaban o acercaban a sus sueños.
Al elegir una, quemamos otras puertas.
Por eso es difícil elegir.
Una parte de nosotros siempre anhela que sobrevivan a las llamas.
Aquellos días lo importante era sobrevivir, poco importaba si te aferrabas al pasado, si engañabas a tu mente o te encerrabas en ti mismo.
Era una belleza viva, imposible de atrapar en una instantánea. Su sonrisa se componía de miles de millones de gestos felices.
Notaba un vacío.
Algo que surgía cuando todo lo demás estaba bien.
Aparecía y desaparecía como el viento.
Y no sabía por qué.
Había días en los que se encerraba tanto en sí mismo que me era imposible reconocer sus gestos. Arrastraba piedras en el alma.
Aunque ella era pequeña, tenía grandes sueños.
Por lo que crecía un poco más cada noche hasta poder alcanzarlos de puntillas.
Comprendió que aunque huyera, el pasado le daría alcance.
Tendría que aprender a vivir con él porque había venido para quedarse.
Se turnaban para ser felices.
Unas veces la princesa se encerraba en el castillo y otras el dragón fingía ser su príncipe.