La gente hablaba de una despedida dolorosa, como si tú y yo alguna vez nos hubiéramos pedido algo.
Aquellos días, en aquel lugar, los momentos eran como una postal para enviar a su futuro; recuerdos sobre su nevera, que no podría olvidar.
Que algún día puedas perderte entre mis libros y a través de la lectura vivirme y recordarme.
El caos siempre estuvo ahí, el efecto mariposa solo quería recordarte que seguías teniendo alas para llegar a donde te propusieras.
Esta locura tiene motivos
que mi cerebro anhela
y mi corazón teme
pero que me han traído
hoy aquí contigo.
Cruzaste en verde todos los semáforos como si fueran de un rojo que nunca iba a cambiar.
No había nadie más en aquella ciudad.
No puedes tratar al amor y al dolor, como las dos caras de la última moneda que arrojas con vueltas de esperanza a la máquina tragaperras.
En la era en la que manda el vídeo ¿qué lugar dejamos para la palabra escrita?
El mundo de los sueños, de la vida y de la magia.
Solo entonces seremos capaces de ver: qué dejamos en manos de la suerte y qué no supimos mantener cerca de nosotros.
No pienso ir a ningún sitio que no tenga reservado un asiento tuyo justo a mi lado.
Tú y yo tenemos nuestros planes. La vida que haga sus jugadas, que tarde o temprano, tendrá que devolvernos todo lo que llevamos ya tiempo construyendo.
Nuestra pista en reproducción infinita y el reloj nos pierde de vista como si el tiempo fuese solo una medida ilusoria.
No hay nadie imprescindible, solo seres insustituibles.
Ahí radica la tristeza de la situación.
Vendía paraguas pintados de verdades para todos aquellos que quisieran protegerse de la lluvia de mentiras que asolaba aquellos lugares.
La gravedad de la vida, nunca puede con tu capacidad de levantarte como la fuerza de un cohete espacial.
Nadie quiere seguir en el foco tanto tiempo
como para que acaben abduciendo su alma.