El final de esta cueva
repleta de oscuridad
era una abertura en la roca
que daba directamente al mar
por la que algún día
podrías navegar en libertad.
Perder el control
que nunca tuvimos.
Ganar el tiempo
que siempre fuimos.
Conquistas todo a tu paso
como un emperador
como un mercenario
que no quiere tener nada
ni a nadie
solo ver arder la tierra
del color más rojo
que sea capaz de teñir el ocaso.
Un pie me lleva hacia la iglesia,
el otro hacia el bosque a medianoche.
Mientras el futuro tropieza entre la falta de fe
y las heridas previas al duelo.
Me atormenta
la ida y vuelta de estas olas
que no forman playa, ni mar,
ni tierra en la que podamos desembarcar.
Esta niebla que te envuelve
no deja que la luz de tu faro
pueda iluminar más allá de estas rocas.
El mes pasó
como una lluvia ligera
sobre el suelo mojado
de nuestras aceras.
Quiero abrazarme a la esperanza y al trabajo personal,
porque siempre han sabido llevarme al destino
al que tarde o temprano tengo que llegar.
Este vuelo que aterriza
es mi pista para despegar.
Si en cada momento de pura felicidad, el tiempo se hubiera detenido ¿qué edad tendrías ahora mismo?
El pozo devolvía los deseos
pero se quedaba las monedas
de quienes no eran capaces
de perseguir sus sueños.
Las palabras de tu diario
van formando mapas
donde escondes el tesoro
de la felicidad innata.
Tus frases salían
a la velocidad justa
y con la fuerza gastada
de una máquina de escribir
que vuela desde la ventana
hasta el callejón más sucio
que el silencio conquistaba.
Aquel reloj antiguo
se sostenía en la pared
marcando el tiempo en suspiros
esperando volver a nacer.
Soltar para crecer
es el otoño
recordándonos
lo que podemos llegar a ser.