Atamos cabos sueltos
pero el barco ya estaba a la deriva.
Mañana será otro día
será otra galaxia
pero no olvidamos la noche
en que chocamos contra la vía láctea.
Tus palabras se quedarán sin tinta en la última hoja del cuaderno de la vida, pero seguirán hendidas en la historia.
Es imposible cortar
los puntos suspensivos por la mitad.
Hizo de su casa
su hogar
cuando pudo llorar
entre sus cuatro paredes
y sentir alivio.
Ella miraba por la ventana y pensaba
¿Qué se lleva la lluvia?
¿Qué se quedan las lágrimas?
Declamaron toda la poesía que habían leído y al llegar la madrugada se reescribieron a ellos mismos.
En tus sonrisas
ya podía ver la decisión tomada
por las veces que se curvaba en despedida y aquellas que lo hacía en nostalgia.
Rebelarse
contra este naufragio
porque no hay manera
de acabar
con los antiguos dioses
que ya nos dejaron.
El diente de león se deshace
en miles de deseos
que seguirán creciendo
en alguna otra parte.
Ella llevaba
desde niña
colgado al cuello
un hilo con golosinas
sin saber que lo más dulce
seguía siendo su sonrisa.
Cuando no perteneces a ningún lugar,
empiezas a dudar de cuál es tu sitio.
Reconectar con sus emociones no les hizo más débiles, sino más humanas.
Abrazar las derrotas
hasta que compensen
mil victorias inmerecidas.
Llamabas bobadas
a los pequeños gestos
que hacían de la vida
un lugar para quedarse.
Llega un punto en el que ya no importan los motivos que te llevan a ponerte en marcha, sino los aprendizajes que obtienes en el camino que recorres.
A la deriva
evitando chocar la barca
y achicando el agua mínima.
Me vi tan fuera
que mi cabeza ya nunca pudo
procesar que seguía entre las rejas.
Yo por aquel entonces
seguía recorriendo a gatas
los giros cortantes y los bordes
que componían las profundidades de mi alma.
A la veleta
hace tiempo
que le da igual
hacia dónde
sople el viento.
Ella creció
como una brizna de hierba
a la sombra de los plataneros
y frente a ladrillos rojos
que estructuraban sus sueños.
En la canaleta
se acumulan las hojas secas
de un otoño tardío
que esperan como savia nueva
la llegada del verano
y de todas sus tormentas.
Maestro aprendiz
que has dominado
la capacidad de nunca
dejar de aprender.
Tiro los dados
entre dos suspiros
no creo en la suerte
juego con mis latidos.
Trato de romper
el influjo semántico
que ata de forma inexorable a
perder,
con estar perdido.
Domingos y desidia
deberían compartir
acepción en el diccionario
de la vida.
Aquella risa joven y gamberra acabó tornado en cínica con el paso de los años.
Entraba en modo supervivencia
para evitar quedarse sola con sus pensamientos.
Ya puedo recordarte
con menos dolor
y más cariño
añadiendo a esa lista
más momentos
que tuvimos.
Allí nos percatamos
de que la luz del nuevo día
había llegado
y este sueño
llegaba a su fin.