Si no podemos influir en las decisiones que toma nuestro subconsciente, al menos tratemos de elegir, la forma en la que nos posicionamos frente a ellas.
Para encontrar mi sitio
tuve que chocar contra los límites
que me tenían encasillado
en el mismo papel a cada obra.
Tu hoguera,
mi faro en esta niebla.
En la cima encontramos
que no estábamos en la montaña
sino en una escalera
hacia nosotros mismos.
Nos intentaron atrapar en nostalgia,
para que fuéramos incapaces de enfrentarnos
al futuro que nos esperaba.
En algún momento
nuestra mochila pesará lo suficiente
como para hacernos dudar de nuestras decisiones
y solo nos queda aprender a que no las condicione.
Encontré más paz
estando perdido
que siguiendo la supuesta receta de la felicidad.
Tan asustados
que sus pasos
sonaban a susurros
del pasado.
Ya no puedo explorar
más allá de las propias murallas
que yo mismo me creé
sin caer en el foso de sueño
que rodea todo el peligro.
Cada vez que levanto la ceja
me miras con pura ternura
se abren del cielo las rejas
que mantienen ocupada mi locura.
Los días pasaron como el viento
entrelazadas con las hojas de tu calendario de adviento,
volando, como pájaros que emigran
a buscar los días de verano de nuestra infancia.
Sigo intentando
mantener con malabares
las piezas que creí vitales
hasta que pueda acotar
cuáles están en mi mente
y aquellas realmente importantes.
Fabriqué una lista de cosas por hacer,
forjada con una personalidad inquieta,
en la que siempre termino saliendo a deber.
Cuando nunca puedes fallar,
en todas las esquinas encuentras:
excusas, culpables y caminos por los que escapar.
Llevabas todo tu ser
guardado en una maleta
cerrada por un candado en forma de corazón,
por si alguien fuera capaz de dar con la tecla.
Aprendí que renunciar
tiene menos de perder
y más que ganar.
Hacer checks en la vida
a veces no es avanzar
sino huir hacia adelante.
No me importa
si acierto o me equivoco
mientras pueda seguir
abriendo caminos.
Aquel día
dejó de hacer caso a su instinto
que hacía tiempo solo tomaba decisiones
basadas en sus miedos más ocultos.
Desde que te has ido
aún nadie ha conseguido
conectar su sintonía con mi ritmo
bajo un mismo gusto musical.
Deje entrar a la tristeza
no como una marea imparable
sino como la primavera que se abre paso
hasta en los lugares más recónditos.
Aunque ya no podamos nadar
juntos en esta pecera
eres lo mejor que me ha pasado
en este año que nos deja.
Avanzar, no con la exigencia de dónde deberíamos estar, sino con la satisfacción de todo lo que recorrimos desde que empezamos a caminar.
Tras un camino de insatisfacción constante, alcanzó el destino que no le dejaría llegar a ninguna otra parte: la perfección inalcanzable.
Al final del año siguiente
se encontró a sí misma
en un abrazo comprensivo
por todos los errores que cometería
y el orgullo de tratarse mejor,
sin exigirse más de lo que merecía.
Como si alguien hubiera cambiado el pasado,
nuestro futuro se desvanece en las miles de fotos que nos tomamos.
Cambié por completo
mi microcuento final
no quiero despedidas vacías
sino promesas de que la escritura y yo,
nos volveremos a encontrar.
En vez de quemar los cimientos de mi antigua forma de ser, la dejé enterrada en un trozo recortado de papel, para que al mirar esta cápsula del tiempo, nunca olvide hacia dónde nunca más volver.
Se tatuó en la espalda a la altura de un abrazo:
«Si te sirve de algo
te estaré esperando
cuando acabe el año».
Apuntas a mis imperfecciones
con mirilla de francotirador y las acaricias con emociones
que tocan los cuatro lenguajes del amor.
El propósito para año nuevo de Sísifo
fue dejar rodar la piedra y empezar a ir a su bola.