Aquel comienzo suponía varias despedidas. Porque a veces las cosas se acaban con principios y no con finales.
Días en los que no has jugado las cartas tan bien como deberías y solo puedes esperar que la noche baraje y vuelva a repartir.
Solo somos recuerdos tratando de sobrevivir al tiempo. Nos escondemos en historias, fotos y canciones para no perder esta batalla.
Aunque ella era pequeña, tenía grandes sueños. Por lo que crecía un poco más cada noche hasta poder alcanzarlos de puntillas.
El sabio dijo: «Si llegaste hasta aquí, tras todo lo sufrido y peleado, sin dejar de ser tú ¿hay algo contra lo que no puedas?»
En su reencuentro, se miraron fijamente a los ojos para ver si el vínculo de confianza seguía ahí o el tiempo lo había destruido.
Todo el mundo me decía que había perdido el tren de mi vida. Supongo que no ven que el mundo está lleno de estaciones.
Era otra guerra de tiempo,
de olvidar antes de ser olvidado,
de no encontrarte extrañando a alguien que te ve como a un extraño.
«Miró nervioso el calendario. No lo entendía. No podía comprenderlo. Pronto se haría mayor y Peter Pan seguía sin aparecer.»
Era difícil distinguir si las historias acababan en silencio o el silencio acababa con las historias.
Ante su eterno pesimismo le dijo: «La suerte se la busca uno, aunque a veces sea ella la que nos encuentre.»
«Lo que hagas en año nuevo, lo harás el resto del año» Sonrió, lloró y cometió errores. Quería un año repleto de sensaciones.
¿Y si las cosas hubieran sido de otra manera? Se preguntaba mientras lanzaba la moneda al aire para tomar su siguiente decisión.
Su cerebro trataba de ponerla a salvo borrándole de su mente. Pero ella quería recordarle y luchaba contra su instinto.
El año moría con doce lentas puñaladas del que estaba por llegar. 365 cartas en blanco aguardaban sus 12 meses para ser jugadas.
La esperó.
La esperó eternamente.
Tanto como puede durar el recuerdo en la mente de un ser humano.