No llorar es detener todo un maremoto de tristeza que te golpea repetidamente.
Ella siempre admiraría su fuerza de voluntad.
Sin embargo él tenía un gran secreto: las pequeñas esperanzas que ella le daba.
Nos gustaba jugar
a ser inmunes al tiempo,
a vivir como personajes de un cuento medieval,
y a que, pese a todo, yo podría salvarte.
Si encuentras alguna vez al niño interior que perdiste,
te estaré esperando en los columpios,
donde tiempo atrás me lo prometiste.
El avión o el tren al marcharse determinan el punto exacto de la despedida.
Liberándonos de tener que elegir nosotros el momento.
Por la forma en la que miraba la luna, resultaba imposible creer que el amor durara tan solo unos meses.
Escribían sus direcciones en google maps para convencerse de que la distancia que les separaba no era tan grande como parecía.
Y de una forma extraña ellos se abrazaban hasta casi perder el equilibrio, para que sus corazones hablaran latido contra latido.
Cuando vi lo que el tiempo causaba en las cosas, empecé a buscar aquello duradero en lo importante y superfluo en todo lo demás.
Se aferraba para evitar la caída, como un gato descontrolado que hiere todo a su paso para evitar tocar el agua.
Me gustaba pensar que ‘donde siempre’ era un momento eterno en el tiempo y no un lugar geográficamente concreto.
Solo él sabía la historia que se escondía tras el ramo abandonado a merced del viento y dónde estaba la rosa que faltaba.
Aunque pasara media vida bajo aquella cascada, en una permanente quietud, destinado a la nada, nunca se volvería de piedra.
Si su destino era la soledad ya podía empezar a apreciarla, aunque nunca dejaría de luchar para que su futuro cambiara.
Siempre que sonaba su canción,
ellos dos se separaban de nuevo.
La balada del despertador ponía fin a su sueño.
Mientras tanto, en otra parte del mundo, Agosto seguía buscando un Septiembre leal que no terminase con su verano.
Hasta ese día no descubriría la necesidad del ser humano por dormir y lo inútil que parecía cuando el tiempo escaseaba.