Se encontraban tan cerca como larga es la distancia entre miles de kilómetros ‘online’ sin articular palabra.
Pese a la nostalgia, sabía que todo se vendría abajo si construía una nueva etapa de su vida sobre las ruinas de la antigua.
Siempre creí que no saber por qué ocurren determinadas cosas forma parte de ese plan que existe para cada uno de nosotros.
Y todo cambió de repente, improvisado, sin ningún tipo de lógica, como si alguien estuviera disparando al azar de sus vidas.
A falta de candidatos, le tocó hacer de malo de la película. Mientras ella estuviera a salvo, él podría sostener todas las cargas.
La vida se convirtió en un aeropuerto eterno,
dónde unos se iban,
otros llegaban,
y yo solo podía verles pasar.
Un sabio me dijo una vez que las nubes se tumban en el cielo y juegan a adivinar la forma de nuestros sueños.
Quizá si permanecía quieta sin moverse,
apenas sin respirar,
su vida volvería a la tranquilidad,
como un estanque tras el vendaval.
Cuando las cartas estén sobre la mesa y seamos extraños con recuerdos en común,
dime ¿cumplirás tu promesa? ¿Volverás a por mí?
Una parte de ellos desaparecía a cada despedida. Al llegar la séptima eran ya dos desconocidos sin motivos para decirse adiós.
Resulta ciertamente irónica la facilidad con la que se consiguen determinadas cosas una vez que ya no las queremos.
A fin de cuentas Cupido no es más que un niño malcriado y caprichoso que hace trampas cuando no le gustan las reglas del juego.
Y aunque nos gustaba jugar a vivir totalmente fuera de tiempo,
todo aquello quedó en nuestro pasado… … perfecto.
Como trazas del destino que somos, solo un golpe suyo podría devolver nuestras fichas a la casilla de salida. Otra vez.
Y que al abrir la caja de música ella volvería a estar allí, como aquella bailarina, dando vueltas en sus brazos. Hasta el fin.