No todos los que no encuentran su lugar están perdidos, algunos solo son eternos buscadores y otros hacen de su casa el camino.
Por eso.
Justamente por eso sonreía.
Por esos momentos que duran apenas unos segundos
y necesitamos una vida entera para asumir.
A todos nos cuesta dejar atrás algo, sobre todo si hemos puesto en ello tanto de nosotros mismos como para que ya nada sea igual.
De nuevo volvía a acostarse entendiendo aún menos el mundo y esperando paciente la excepción que hiciera que todo valiera la pena.
Me rompería mil y una veces,
como las olas en la arena,
agitadas por la tormenta que arreciaba,
mudando mi humor en la marea.
No siempre podemos elegir cuando llegará el final. Sin embargo nosotros marcamos los principios. Solo hay que empezar.
Una sonrisa es eterna.
No responde a cánones de belleza.
Puedes encontrarla en la oscuridad más densa.
Si es real es perfecta.
Lo malo de las armaduras es que, a la vez que nos protegen de los peligros, nos encierra a nosotros mismos en ellas.
Por ser tú,
mi partida inacabada,
mi quiero y no debo,
mis dos de la mañana insomne
y el vacío que dejas cada vez que te marchas.
Y todo cambió de repente,
improvisado,
sin ningún tipo de lógica,
como si alguien estuviera disparando al azar de sus vidas.
Y se empeñan en convertir los problemas en ríos,
con lo fácil que es saltar un charco,
llevamos haciéndolo desde que somos críos.
Pese a los lápices sin punta,
las manchas de tinta
y el papel mojado,
yo seguía intentando escribir el futuro que creía merecer.
Decían que vivía escondida tras muros sin acceso. Pero ella tenía una puerta abierta para aquel que dedicara tiempo a buscarla.
Resulta ciertamente irónica la facilidad con la que se consiguen determinadas cosas una vez que ya no las queremos.
Viéndote así supongo que podría acostumbrarme
a tu timidez natural,
tus bailes de domingos sin sentido
y tus ganas de volar.
Había días que era mejor rendirse.
Pero aguantaría mientras hubiese libros que leer, lugares que visitar y gente aún por conocer.