A veces parece que el tiempo nos pone a prueba y sin embargo, nos está dando las piedras que faltan para poder cruzar el puente.
Los que evitamos,
los que tomamos huyendo,
los que seguimos por error…
No importa el camino si seguimos fieles a nuestra pasión.
Un buen día el niño cogió la mano de ella y la de él y las juntó.
Ellos se miraron con los ojos nuevos de una segunda niñez.
Y lo olvidó como solo puede hacerse con las buenas cosas de la vida:
Huyendo,
quemando puentes,
enterrando momentos,
sin detenerse.
Que complicado resulta a veces ponerle punto y final a aquellas cosas inacabadas que en el fondo no se pueden acabar.
La última vez que nos miramos, tuve la sensación de que el instante se había perdido.
Un momento que duraría toda una vida.
Tomamos aquellas decisiones, no sé muy bien por qué ni para qué, y las seguimos sin dudar.
La inercia las había hecho fuertes.
Una vez llegada la noche, nuestro silencio dejó de ser fronterizo y se volvió elocuente.
En ocasiones me resulta imposible discernir si sigo enamorado de tu persona o de la figura literaria que cree a raíz de ti.
Siempre llegaba tarde porque la vida le había hecho esperar demasiado.
No menos complicado es saber el momento exacto en el que hay que quemar un puente.
Lo que debe quedarse
Lo que debemos llevar.
No te rindas y recuerda que cuanto más oscuro se encuentra el pozo, más cerca estamos de encontrar el agua.
Hacíamos bien en desconfiar de todo aquello.
El pasado nunca vuelve
y si vuelve,
más te vale entender que no es el pasado.
Sigo creyendo que en algún lugar,
en un instante del tiempo,
tú me darás las gracias.
Aunque yo nunca llegue saberlo.
La vida misma era un misterio
en el que la mitad de las pistas eran confusas
y nosotros los cabos que quedaban por atar.