Prometimos nunca ser héroes,
pero alguien tenía que salvarnos.
El precio fue una soledad anónima
que nos perseguía a cada tramo.
El día que muera será porque me abandoné a mí mismo
En mi espíritu rebosa ADN de superviviente
y ni la muerte puede impedirlo.
«Aunque protege de los fuertes golpes
ninguna armadura resiste suficiente el desgaste
que la corrosión del tiempo provoca.»
Todos aquellos que dicen estar igual que cuando empezaron,
es porque han olvidado muy pronto el camino y todo lo que en él anduvieron.
Nadie sabe cuánto duró
pero estuvo cronometrando
el tiempo que necesita un recuerdo
para volverse nostálgico
y no hacer más daño.
En una ruptura final
siempre hay uno que no quiere ver
y otro que no quiere ser visto.
Por eso los ojos nunca se encuentran.
Tras todo lo que ha pasado
lo que yo he cambiado
y el tiempo transcurrido
Paradójicamente
solo podría ser yo mismo.
Contigo.
Nada nos cuesta más que aceptar que alguien ha cruzado una línea de no retorno
Que ha cambiado y que ya no volverá a ser igual.
Nadie bajó jamás a las profundidades de mi ser,
y de hacerlo quedarían atrapados
en un mar de sombras,
perseguidos por mis miedos.
Los días perfectos no entienden de planes
fluyen como el viento
y es lo bueno del azar,
que puede llegar en cualquier momento.
A veces es complicado discernir,
si te sujetas para no caerte
o si lo haces a una carga que te impide seguir.
Con la tristeza que da
un futuro que no compartiremos
y la esperanza de que algún día volveremos a vernos;
se crea este silencio.
Sabes que me iré al olvido, como tantos otros.
Y que me echarás de menos
como yo lo hice de aquellos,
que un día fuimos nosotros.
Que si voy a perder,
no tenga la necesidad de ganar a toda costa
porque no todos los vacíos
se pueden llenar con cualquier cosa.
Y por más que lo intento no consigo recordar
el último día en el que tu sonrisa
coincidió con la mía
en un mismo lugar.
«La distancia no era cortante
pero nos apuntaba con un cañón
el revólver podía salvarte
pero, a mí, la ruleta rusa no.
Y jugaste.»