Prométeme que el tiempo, que estemos sin vernos, no borrará todo lo que hemos pasado.
Aunque este destierro dure miles de años.
Al caernos en marcha comprendimos:
que medio camino nos habían llevado
y el otro medio lo debíamos recorrer por nosotros mismos.
Dependiendo de la importancia, de la hoja arrancada, notarás que suena más o menos hueco el pasar de sus páginas.
Estar parado no significa siempre un final.
A veces, detenernos a tiempo, puede brindarnos una segunda oportunidad.
Era imposible abandonarla,
porque ella nunca había estado ahí,
solo dejaba recuerdos a su paso
y era imposible de seguir.
Nunca debí mirar atrás
solo porque tú pusieras
espejos
cada vez que avanzaba en mi deriva.
Ahora no distingo
el futuro del cristal.
Sentía que avanzaba en contra de su propia felicidad, cuando tenía que dejar tras de sí, el único sitio en el que quería estar.
Aprendimos a mirar,
de una ojeada,
pero sin dejar de vernos,
y no pudimos observar,
que aquellas vistas,
nos estaban dejando ciegos.
No dan segundas oportunidades.
Algunos momentos pisan tan fuerte a su paso, que destruyen los puentes con solo cruzarlos.
Cada uno intentaba arrastrar al otro hacia su locura.
Hasta que descubrieron que solo eran salas separadas bajo una misma cúpula.
Tú esperabas
que yo estuviera bien,
como si mi mente racional,
pudiera detener,
mis latidos en el tiempo
y no morir.
En el intento.
Debiste entender,
que solo intentaba huir,
de ese abismo emocional,
que dejamos entreabierto
por si uno de los dos quería volver.
El regalo perfecto pasó de mano en mano hasta que alguien lo consideró demasiado valioso para entregarlo.
Al perder su esencia, desapareció.
Andaba buscándote
para que la realidad sobrescribiera el cuento,
que la imaginación y el tiempo
me habían contado sobre ti.