Hace tiempo que no le escribo una carta a nadie y he pensado que, de retomar esta nostálgica costumbre, poca gente lo merecería más que tú. Sabes que nunca entendí muy bien aquello del paso del tiempo, algunos sentimientos parecen vivir congelados en zonas invisibles de la mente. Así que si ahora mismo no me recuerdas, lo entiendo, hace ya mucho descubrí las desventajas de tener un corazón con buena memoria. A veces creo que podría sacar un historial con momentos y personas de lo más detallado.
Si mis rodeos al escribir siguen sin hacer que te acuerdes, no te preocupes, en algún párrafo de esta carta encontrarás las respuestas. No seguiré divagando: yo era la otra rueda de la bicicleta y la locura, la cadena que nos ataba e impulsaba sin detenerse ni un segundo. Nunca pensábamos en nosotros, a veces la vida te ofrece un globo y no te preguntas qué pasará cuando llegues arriba, te subes y punto. No hay vuelos todos los días. La gente nos advertía de la caída ¿Qué podíamos decir? Siempre quisimos hacer salto base.
El tiempo pasa de forma distinta cuando estas en otro mundo. ¿Fueron meses? ¿Fueron años? Prometimos que nunca íbamos a calcularlo. Por eso es probable que nunca acierte cuando me preguntan la edad. Todos somos idiotas a nuestra manera.
Siempre creímos que la locura nos atraparía y que se volvería incontrolable hasta que cruzamos la línea. Entonces nos encontraríamos en el ojo del huracán. Allí volvería la cordura. Tú eras un coche de montaña y yo el barco que fondeaba cerca de las playas. Personas diferentes que seguirían rumbos distintos. Pero ese punto no llegaba y nos vimos obligados a seguir avanzando siempre un poco más. Poco importaba que estuviéramos bordeando ya precipicios. Nos habíamos vuelto adictos a la adrenalina, necesitábamos subir la dosis, debíamos aumentar la velocidad más y más.
Tú lo llamaste destino, yo siempre fui más pragmático ante aquel hecho casual. Sea lo que fuere, nos tuvimos que separar y pienso que tuvimos suerte, no a todo el mundo se le abre así de fácil una oportunidad. Seguimos escribiéndonos hasta preguntarnos por qué eramos amigos, si siempre decíamos que la gente normal era aburrida. Y es que estábamos como recién levantados de un sueño raro, apenas podíamos articular nada que tuviera algo de sentido. Más tarde desaparecimos, no recuerdo quién le debía una carta a quién, ahora ya no importa.
No pretendo contar nuestra historia, solo darte pedazos de una llave que abre la parte de tu mente donde la dejaste guardada. Porque esta mañana encontré la única foto que nos hicimos, ya sabes, aquella justo antes de saltar. Quiero pensar que sigues atrapada en uno de los relatos que me contabas nada más despertarte, que no has abandonado tu parte más especial.
Todo el mundo necesita un amor intrascendente, para el total de una vida, pero esencial para un momento concreto de ella. Lo diré sin melancolías: fuimos seres únicos en un único momento, algo que nunca podrá repetirse. Eso es lo que lo hace perfecto. Y que siempre que mire aquella imagen, pensaré que eramos dos idiotas fantásticos viviendo eternamente un cuento.