Decirnos hasta nunca,
borrarnos de nuestras vidas,
coger un cuchillo hecho de recuerdos
y llenarnos de heridas.
Salió de casa ilusionado con su ropa de aventuras.
Iba a encontrar El Cementerio de los libros Olvidados.
Era el interludio de su nonagésimo cumpleaños.
Era un robot extraño. Hacía lo que le gustaba hasta cansarse. Luego se apagaba hasta encontrar una nueva motivación. Los humanos le envidiaban.
Había perdido su oportunidad con ella cuando eran jóvenes. Se sentó a esperar. Por si el tiempo cruzase de nuevo sus caminos.
Y aunque se daba cuenta que estaba cambiando poco a poco, lo dejó correr, para ver hasta dónde llegaba antes de cambiar el rumbo.
Permanecieron acechando ocultos entre las sombras.
Cuando el enemigo se hubo dormido, los recuerdos atacaron en forma de sueños.
Lanzaron al cielo miles de farolillos formando las palabras «Sueños Rotos».
Estalló una tormenta y el alba trajo un «Nuevo Amanecer».
Le idealizó e imaginó perfecto. Le conoció, la realidad fue dura. Se odió a sí misma. Le odió a él. Por no cumplir sus expectativas.
Memorizó aquel cruce de miradas. Y aunque pasarían muchos años antes de saber su nombre, sus hijos sabrían como conoció a su madre.
El dolor era insoportable.
El esfuerzo había sido inútil y el tiempo se acababa.
Solo quedaba confiar en la suerte…
…otra vez.
Ella era diferente. No del modo que se dice siempre, que cada persona es un mundo. No. Ella había luchado realmente por conseguirlo.
Cuando descubrió la puerta a otro mundo, se dijo que no pararía hasta conocerlos todos. Supongo que se hizo mayor y olvidó sus sueños.
Quemó el frío invierno.
Marzo y abril olvidados.
El otoño indiferente.
Rescató verano y días de Navidad.
Ya tenía su año perfecto.
Adoraba su ciudad más de lo que el resto podía llegar a comprender. No le importaba. Las calles tenían alma y ella podía sentirlo.
«Para que su amor durara eternamente se congelaron con el primer beso» El hielo se derritió, pero el sentimiento sigue vivo en este cuento.
Le dejaba jugar, gritar, reír y soñar con cosas inimaginables. Su niño interior seguía listo por si Peter Pan quisiera aparecer.