La obsesión por alcanzar la siguiente puerta, nos priva de la felicidad que se encuentra en las salas intermedias.
Creyó oír a la locomotora
sobre los raíles abandonados del tren.
Como si el pasado volviera dispuesto a llevarse todo a su paso.
Nunca nos acostumbramos
a no poder alzar el vuelo
llegábamos a lo alto del árbol
y empezaba a arreciar una tormenta de fuego.
Algunos caminos nos llevan por desiertos de arena y cuanto más intentamos movernos, más movedizas se vuelven nuestras huellas.
Si tu mundo se derrumba
no huyas al mío
hazme un sitio
y reconstruiremos uno nuevo
desde las cenizas.
El pozo seguía almacenando monedas
pese a no tener ya agua
pero no podía ver más allá de la oscuridad
que creía que le inundaba.
La colonia descendía lentamente cargando con momentos de su vida, que no tendría que volver a recordar, al no olerla nunca más.
Algunas grietas muestran
lo que dejamos descuidado
y otras solo quieren separar
lo que fue,
pero que ya no debe seguir conectado.
Pocas canciones nos marcan más
que las que nuestros padres nos ponían
en aquellos eternos viajes de carretera.
Hace tiempo que no marco
ni principios ni finales,
solo vivo un ahora
y una nostalgia que me entretiene
cuando no lo hacen los bares.
Al recordar lo cerca que estábamos de cierta persona y la distancia abismal a la que estamos ahora.
Surge el vértigo.
Volvían de visita sus sospechosos habituales:
El optimismo al acostarse,
el cinismo al despertar.
…
Y otro día que se iba.
El tiempo debía seguir de vacaciones
porque hacía ya demasiado que no curaba.
Con la historia,
ocurrió como con las cerillas:
Millones tuvieron que perder la cabeza para poder arrojar un poco de luz.
El escritor de tiza y tejado no temía la lluvia.
Era necesaria.
Para hacer borrón y cuenta nueva
cuando el momento llegara.