Por muy cínica que sea la capa que nos protege, nunca estamos a salvo de ciertos flechazos emocionales.
El error está, quizá, en buscar a aquella persona que sea nuestra debilidad, en vez de a una que potencie nuestras fortalezas.
Cuando sabes el punto en el que estás perdido,
merece la pena perderse un poco más,
cruzar alguna frontera,
volver a empezar.
Le regaló la luna creciente, para que ella pudiera rellenar el hueco que faltaba.
Así la vería llena cada noche de su vida.
En sus ojos había señales de alarma como para no acercarse a ese incendio.
Los demás huían.
Yo necesitaba alcanzar esa llama.
Toda vuelta al principio
implica un viaje al pasado
en el que ya no eres el mismo
porque el tiempo
te ha cambiado.
Escribir con parte de tu piel,
ahogarte en tu propia tinta,
escupir el veneno restante
y volver a coger la pluma otra vez.
Hasta encontrarte,
tú eras,
mi huida hacia adelante.
Tenía el corazón atrapado en el tiempo,
ajeno a los cambios,
encontrando siempre espejos al pasado,
a aquel momento exacto.
Que todos ven
la amplitud de tu sonrisa
y pocos se fijan
en la curvatura justo después,
la de tu tristeza.
La que hay que combatir.
El amor viene y va.
Y no sé si me encuentro en el momento de salir a encontrarlo
o de que me venga a buscar.
Todo trata sobre esperar en esta vida.
Y que lo que hagamos con ese tiempo extra, determinará el cómo y el qué acabemos logrando.
De tanto quemarnos con la mirada
tuvimos que buscar nuevos puentes.
Y nos quedamos sin mecha
tratando de llegar al siguiente.
La elocuente hora, que el otoño nos robaba, rodeando todo de oscuridad, hacia un invierno que solo rescataría nuestra primavera.
Hay algunos libros, canciones, sabores… que se abren paso a tu corazón derribando todo lo conocido.
Y a veces es una persona.
No eran los monstruos bajo la cama,
los fantasmas del pasado,
la perpetua oscuridad,
ni la soledad acompañada.
Ella tenía miedo de los puntos suspensivos
que nunca se cerraban…