Te leo igual que se leen las curvas
dos piezas de puzle
que se rozan en la oscuridad de una caja
y saben que van a estar unidas.
Él rescató a su niña interior. En el mejor de los casos ella huía a otras realidades y en el peor, solo jugaba con él.
No temía la soledad en sí misma.
El problema eran las cosas que el tiempo arrastraba:
los recuerdos,
las prisas,
la añoranza…
Que eso del karma es para vidas sucesivas.
El camino correcto suele estar lleno de zanjas y heridas.
Avanza.
Ten fe.
No te rindas.
-¡Sálvese quien sueña solo durmiendo! – gritaba el despertador cada mañana.
Hay días que el mundo no es más que una cuerda de equilibrista que se balancea y por la que tenemos que seguir cruzando.
Como ya no la quería, tiró bien lejos la piedra y escondió las manos.
Sin saber que acabaría tropezando con ella tarde o temprano.
La dedicatoria del libro decía: «Porque años de medicina no bastan. A las heridas más profundas solo se llega con palabras».
Me deshice hasta atravesar los huecos de su armadura Mas en ese espacio tan chico solo quedaba sitio para su soledad y amargura.
Hundimiento solo hubo uno.
El resto fueron recaídas.
Pero mi fuerza crecía cada vez que me levantaba a base de echarle ganas.
Lo mejor y lo peor de mi vida
sigo siendo yo.
Tú solo puedes hacer que la aguja apunte siempre hacia el optimismo.
Y yo,
contigo,
lo mismo.
Qué bien queda tu risa
enlatada por tus manos
cuando ríes a carcajadas,
entrecierras los ojos
y saltan felices tus lágrimas.
Olvidaste el daño
que provoca el retroceso
para alguien que dispara a quemarropa sus sentimientos.
Los días de extremo cansancio
los muros que me rodean se hunden
y estás al otro lado
como un atardecer que no acaba de ponerse.
Cuando una puerta se cierra
nos confinamos en un cuarto sin ventanas,
en vez de abrir los ojos a miles de caminos en la playa.