Cada Fin de Año a las doce arrojaba al lago todo lo posible aun a sabiendas de que por la mañana los recuerdos volverían a flote.
Al envejecer comenzó a quitar nombres de su lista negra. La muerte le cedió la pluma para tachar el suyo propio, no quedaban más.
Al fin comprendió que merecía la pena volverse vulnerable si era por él.
Recordaría aquel momento cuando meses después la destruyera.
Ante su eterno pesimismo le dijo: «La suerte se la busca uno, aunque a veces sea ella la que nos encuentre…»
Abandonó los recuerdos de una humanidad ya lejana. Dejando de lado todo y sobreviviendo a un irrefrenable deseo por no morir.
¿Te quiso? Supongo que sí, aunque quizá solo fue su humano intento por evitar la soledad. El olvido sonó pero tu no quisiste oír la canción.
Se escondió, cavó trincheras y montó muros con alambre. Apuntando, se sentó a esperar. Cuando el pasado regresase, abriría fuego.
Ya no le llegaban las palabras para crear historias. Resignado, se sentó a mirar las nubes. Alguna cogería la forma de sus sueños.
«No paramos, no quisimos, nunca dimos nada por perdido, recorrimos el mundo sin rendirnos»
Epitafio de dos viejos amigos.
El día estaba empeorando. Se decidió a sonreír.
No sabía si era la risa de un loco, la de un niño o la de un borracho.
Pero funcionaba.
Dejó sus costas abiertas esperando que ella naufragara. Los meses pasaban entre canciones tristes y alcohol, mirando al horizonte de la playa.
No reconoció a Peter Pan cuando volvió siendo mayor a Nunca Jamás. Aquel niño perdido había dejado de creer. Su mente era adulta.
El silencio llevaba tantos años aderezando la relación, que cuando él fue a decir algo, ella le calló con la mirada.
Lo peor de coger la máquina del tiempo y viajar al futuro, es que todos los demás habían cambiado, pero él seguía exactamente igual.
Cogió un poco de cada uno de los amores de su pasado para formar su pareja perfecta. No recordó que ninguno de ellos le quería ya.