Sin título.
Sin versos ni besos.
Solo un espacio en blanco entre dos textos.
Eso fuimos nosotros.
Subrayaba sus libros con la certeza de que aquellas palabras cobrarían sentido en algún punto de la línea temporal de su vida.
Nunca creí en espiritismos ni ciencias ocultas, pero cuando ella recitaba, los clásicos volvían a la vida.
A veces,
planear sin rumbo,
es la única forma de aterrizar.
No es más valiente
el que se queda o el que se va,
sino aquel que está
donde debe estar.
Recorría los pueblos haciendo juegos de sombras,
para que nadie advirtiera que la suya se estaba volviendo cada vez más oscura.
Era un domingo
de rayos de sol,
café y mantas.
Me abrazabas.
Tú no,
la nostalgia.
Porque realmente era sábado
y no estabas.
Quien nunca consigue lo que quiere,
acaba por desear lo que no necesita.
La boca, los dientes y la forma son siempre los mismos,
es la persona a la que va dirigida,
lo que hace una sonrisa mágica.
Aquel verano cogí vacaciones de tus recuerdos.
El olvido hizo su agosto,
el otoño se llevó las hojas
y el invierno haría el resto.
Es como una máquina del tiempo.
Tu sonrisa siempre me lleva a un tiempo en el que una vez fui feliz.
Siempre te dije que si tuviera un superpoder, sería el teletransporte.
Ahora solo quiero viajar en el tiempo y cambiar las cosas.
Me quedé,
igual que hubieras hecho tú,
porque siempre hay alguien dispuesto a creer
que los cuentos de la infancia pueden suceder.
No necesitaba a nadie,
ni nadie la necesitaba.
Así nació la soledad.
Siempre buscando seres que la sientan,
para poder seguir existiendo.
Intentabas detener
cada ficha de dominó,
ignorando,
que algunas vienen perdidas de antemano
y solo podemos salvar la partida.