Silencio.
Caminan cabizbajos.
Miradas nostálgicas.
Y aquellas notas marcaban el preámbulo de una triste balada de despedida.
Nuestro límite eran las estrellas, pero nunca pudimos viajar fuera del planeta.
Tú volabas en círculos
y yo… en línea recta.
Saber que ambos estaríamos bien. Ese era el único lazo que quedaba tras miles de kilómetros, noches en vela y una historia inacabada.
Y el silencio, que les ahogaba día a día, era el mismo que no cesaba de robarles las palabras necesarias para acabar con él.
Dejé de escribirte hace ya mucho tiempo y sin embargo, no dejo de leerte en cada cuento.
Vivía sin calendarios,
sin agendas,
sin relojes,
sin última hora de conexión
eludiendo el día y la noche
escapando de su control.
Pese a que todos decían que era absurdo, necesitaba un némesis que sacase lo mejor de sí mismo antes de hundirse en la mediocridad.
Acabaría acertando tarde o temprano. Mientras tanto, su esfuerzo y habilidad compensarían las malas decisiones que iba tomando.
Las bombas caían por toda la ciudad. En medio del caos una niña sostenía sus libros como si fueran su billete de salvación.
Volver al pasado a buscar algo perdido, que pese al tiempo gastado, recuerdo más de lo que has visto en estos ojos cansados.
El cosquilleo de nostalgia al ver niños jugando con globos de agua tornaba en la más sincera de las envidias. Seguía siendo joven.
Estaba perdido. No hay mayor distancia que la distancia hasta el olvido. Y él quería recordar.
No sé si te irás o vendrás
Si estamos jugando a no quemarnos,
yendo despacio,
corriendo o derrapando,
bebiendo agua sin ahogarnos.
Un buen sarcasmo hace que el necio se corte con los hilos de la ironía más afilada y el astuto recele del camino que debe tomar.
Viéndolo ahora, había malgastado mucho tiempo intentando encontrarle sentido a ciertas cosas que siempre habían carecido de el.