Y aunque sabía que nunca se iba a enamorar, por aquella sonrisa sería capaz de hacer arder todas las ciudades del imperio.
Se puso las gafas de sol para cubrir unos ojos que hablaban, pero no decían nada, si no lo hacían frente a la persona adecuada.
Al igual que en los libros, las historias no avanzan si dejamos de leerlas.
Enterrar todo aquello como hacen los perros con lo huesos en el patio y que algún día la lluvia me recuerde que yo también tuve mi momento.
Debería haberte escrito este año, igual que el pasado y el anterior.
De nada sirve enviar palabras por una ya olvidada tradición.
¿Quién eres tú y que hiciste con la persona que conocí tanto tiempo atrás?
Ella seguía enamorada
y él… él solo podía mirar atrás.
Y seguían jugando a ser mayores. Mientras, se preguntaban qué querían ser cuando fueran niños.
No lo conseguiría porque aquello demandaba valentía y él nunca había sido valiente.
Salvo aquella vez cuando todo estaba perdido.
La única promesa que cumpliría sería la de no olvidarle, siempre tendría un lugar reservado donde habita el odio más profundo.
Volvió a verla tras muchos años. Y al igual que con los libros que de niños no entendemos y ahora releemos, ella le encantaba.
Tumbado en la tabla dejaba que la tormenta descargase. Si cerraba los ojos apenas sentía sus problemas arreciar bajo su cuerpo.
(Ella descubrió que había un lugar en el paréntesis que él hacía de su vida. Pero el tiempo pasaba y no había forma de cerrarlo.
De no ser ya,
alguien a quién echar de menos,
alguien que recordar,
todos los días de su vida eran lunes
y no podía volver atrás.
Cuando todo esté perdido sabrás lo que dejaste en las vías por las que vas caminando mientras el tren ruge a tus espaldas.
Vivía de los últimos momentos antes de una despedida, cuando reunía la valentía suficiente para decir todo lo que había callado.