Nos acercábamos y alejábamos,
girando a vueltas con la vida
como dos veletas destinadas
a seguir corrientes de viento distintas.
Y de hacerlo, ya no sé que más podría deberte:
una canción,
una llamada,
un reencuentro,
prisas y pausas
Hasta pronto.
De nada.
Solo quedaría mi silencio.
Ese que me guardo para las tardes en que me sonríes como a un marinero justo antes de que lo rescaten.
Y pensé que la vida me había vuelto un frasco vacío que necesitaba seguir un manual para saber que debía sentir a cada momento.
La gente se pasa la vida entera buscando cosas que ha perdido y, sin embargo, apenas se preocupa unos segundos por mantenerlas.
Tarde llegamos a comprender que el echarnos de menos tanto no compensaba la realidad de que ahora fuéramos dos extraños.
De esta eterna despedida
sin un adiós
sin un «cuídate»
que lleva durando toda la vida
de todos aquellos que no volveremos a ver.
Pasa que de no esperar nada
todo lo que aparece en el camino
acaba sabiendo a poco
por la parte de ese algo que hemos perdido.
Si bien es verdad que todo aprendizaje es bueno, no menos cierto es que aquella lección la adquirí de la peor manera posible.
Las mismas veces que se me ha escapado el por qué de mis derrotas, lo ha hecho el de mis victorias.
Ganar o perder sin motivos.
Había retrasado su reloj. Ya que las cosas buenas siempre suelen llegar tarde.
Ahora todo ocurriría a su debido tiempo.
Me preguntó por qué el libro no tenía una dedicatoria, como si yo pudiera condenar la historia de un desconocido a mi recuerdo.
Nunca llegaré a entender por qué tendemos tantos puentes y, sin embargo, al final cruzamos tan pocos.
Y si he cambiado para bien o para mal, es pronto para saberlo.
Tú te preocupas por la moral.
Yo me preocupo porque no me entiendo.
Voy a empezar de cero,
si quieres te puedes venir.
Solo puedo prometerte que será inesperado,
nunca he sabido muy bien a dónde ir.