Solo se trata
de lanzar una flecha en llamas
para encender una vela en la oscuridad
sin reducir a cenizas el corazón ajeno.
La ilusión se ha ido
pero seguimos aquí
atados a un pasado que nos arrastra
un presente que nos apunta
y un futuro de ruleta rusa.
Tengo las puertas atrancadas
las ventanas tapiadas a cal y canto
y al pasado acechando ahí fuera
esperando que baje la guardia.
Los días seguirán teñidos de gris
para aquellos incapaces de sacarle los colores al mundo.
Un día descolgaré el teléfono
y del otro lado responderá
un silencio familiar.
Al final las palabras te habrán ahogado.
Éramos
ese sueño que se tiene tras el sonido de la alarma.
Breve
y a menudo más perfecto que el resto de la noche.
Ya solo quedaba un nosotros
emborronado en la tinta
que deja la ceniza
del papel mojado
después de haber ardido.
Sin prisa.
Con tu manías a deshora,
hacías de los paseos, desfiles
de los besos, historias
de nuestros miedos, retos
y cordura transitoria.
En mi purgatorio personal
el mismo día se repite una y otra vez
ayer te dejé marchar
el arrepentimiento se queda.
Tú no estás.
Ya no queda nadie con quién compartir recuerdos de todo aquello
Pero por aquel entonces, lo único que importaba era sobrevivir.
Nunca pudimos evitar,
huir de tierra firme,
de rutas seguras,
de calas tranquilas
y echar amarre
en el centro del vendaval.
Porque cuando el hambre ciega
la ira asoma
y nada como un corazón anhelante
que persigue lo que la mente ignora.
La verdadera trampa del destino es hacernos creer que algo está escrito
y nos quedemos esperando por aquello que nunca llegará.
Porque para hacer una buena pesadilla
hace falta romper un par de sueños
y nosotros hicimos de aquello,
un festín de cuervos.
Cada mañana la corbata volvía a ahorcarse para pasar inconsciente todo el tiempo posible en aquel odioso trabajo de oficina.