El tiempo pasa
como la sombra de un ave
que sobrevuela la pradera
dando caza a mi pena.
Es difícil distinguir los destinos que alcanzamos por nuestro caminar de aquellos a los que llegamos por el arrastrar de la propia vida.
Planificar
como si todo fuera programable
e improvisar
como si nada fuera susceptible de ocurrir.
Las heridas más profundas
siempre se resienten
cuando se evapora
el calor de la batalla.
La vida es como un rodillo,
que a veces saltas,
otras te lleva por delante
y otras te allana el camino.
Cuando establecemos una fecha final
nos condenamos a que los últimos días
sean siempre los más difíciles.
Si tratásemos de adivinar, qué nos deparará el nuevo año, estaremos entrenando nuestra intuición para todo aquello que está por venir.
Búscame entre líneas
de tu eterna lista
de cosas por hacer.
Cada mañana
vuelvo a decirte que tengas
un día maravilloso
porque ya hace mucho tiempo
que no te mereces menos.
No le hables de suerte
a quien ha encontrado
todos los semáforos en verde.
Las calles hablan en historias de besos, da igual a dónde vayas.
Habrá que alejar los pensamientos negativos y el miedo, para aprovechar los escasos momentos de felicidad real que hay en la vida.
Esa sensación constante de no llegar al siguiente tren y pasar la vida en los andenes.
Perdí la constancia a coste de naturalidad pero no puedo escribir silencios solo palabras guardadas en retroceso.
El año nos deja desde el momento en que abandonamos nuestros propósitos, otra cosa es la fecha en la que termina.