Olvidar es un crimen
que no deja huellas.
El corazón reposaba en el asfalto
a merced de los coches que le iban pasando por encima.
Quizá perteneció a un mago o a un adicto al juego.
No importaba, su dueño echaría de menos el as de la baraja.
Siempre tropezaba con el mismo escalón, porque se empeñaba en hacer de su camino, una escalera mecánica de subidas y bajadas.
Ella seguía mirando por el espejo retrovisor, con la esperanza de que el destino no le hubiera pasado.
Hoy no tengo nada maravilloso que escribirte.
Será que las palabras han encontrado otra pareja imposible
por la que apostar sus posibles.
No te sientas importante,
nosotros vamos y venimos.
La poesía vive siempre.
Cuando todas las puertas están cerradas,
es inevitable volver por aquella que has venido.
Y a menudo,
ese es el peor camino.
No le temía a nada
salvo a las personas
que llevaban colgado en la mente
el cartel de:
¡PELIGRO!
DEMASIADO CORRIENTE
Ella dejó de creer en todo,
incluso en sí misma.
Sin embargo,
Campanilla siguió visitándola cada noche,
para que pudiera volver a volar algún día.
Quemabas las cartas
deseando que el fuego purificara.
Como si las palabras no pudieran vivir entre las cenizas
de lo que fuimos nosotros,
ni volvieran a resurgir
más fuertes el próximo otoño.
A medida que dejaba de interesarle, más fácil le resultaba conseguirlo. Como si el universo facilitara tener aquello que no nos importa e hiciera difícil lo que realmente queremos.
– Puede que no haya nada más mundano que el orgullo – dijo la muchacha.
– Ni más contagioso – dijo el extraterreste.
Uno, era punto y final.
Tres, eran puntos suspensivos por lo que pueda pasar…
Dos, era un punto y final seguido de un punto y no vuelvas más. .
«Nos conocimos después de mucho tiempo juntos.
Aprendiendo que es lo que queríamos.
Saliendo a buscarlo.
Nunca aceptando menos de lo que merecíamos…».
– Mi cerebro y yo –
Cuando es importante,
«Tarde»,
nunca es una medida de tiempo,
sino de momentos.
Quién podría echarle la culpa,
por ir dando patadas a las hojas caídas del suelo,
como venganza,
por todas aquellas cosas que no van a volver a estar juntas,
ni en casa.