Somos algo más que las historias que hemos vivido, más de lo que hemos sentido, más que los sueños que perseguimos…
Harta, comenzó a exprimir medias mandarinas y se creó su propio vodka con naranja.
Le seguía sabiendo a alcohol barato.
Él le pidió un baile por los viejos tiempos. Mientras giraban al lento ritmo de la orquesta, a ella no le salían las palabras.
El globo sonreía mientras se alejaba del secuestrador infantil que lloraba. Disfrutando de una renovada libertad que pagaría con la vida.
Era capaz de encontrar en una sala repleta de gente a la única persona que no le convenía y sentirse incontrolablemente atraída.
Aun desconocía que nada podía hacer. Pasado un tiempo, sin saber por qué, las personas la dejaban de querer. Tenía fecha de caducidad.
Él siempre había tenido pájaros en la cabeza. Su asesino sabía que la única forma de impedir que volaran lejos era llenándolos de plomo.
Equivocarse a veces era inevitable.
Aprender, algo reservado a unos pocos.
Seguir adelante, una obligación.
Hay fechas señaladas, aunque no lleven marca en el calendario, que te hacen recordar aunque no quieras, que llegan sin avisar…
Aún podía verlos.
Primero fue un grito.
Luego silencio.
Súplicas.
Un disparo.
Los ojos del asesino clavados en mí tras la mirilla.
Cuando volvió a desaparecer del mundo, con la esperanza de que si la quisiese la encontraría, descubrió que solo quería estar sola.
Acababa de salvar al mundo cuando comprendió que las cosas valen una miseria si no tienes nadie con quien compartirlas.
El sabio dijo: “Todo el mundo es diferente a los demás. Al final solo importa lo que haces con ese distintivo que te han otorgado.”
Eran otros tiempos. Los héroes eran personas anónimas sin antifaz y salir adelante era normal, porque rendirse no era una opción.
En esa mesa se sentaba aquel famoso escritor. A veces necesitaba inundar mares de tinta para entender que ella ya no volvería.