Los días pasaban lejos de nada,
cerca de todo
y con la extraña sensación de que cualquier decisión cambiaría el futuro por completo.
La vela se aferraba a la esperanza de que el viento volvería a por ella antes de que el tiempo la pudiera consumir.
Se encontrarían. Había imaginado tantas veces aquel momento en su mente que la realidad sería extraña si aquello no ocurriera.
Cuántos hilos tendremos que deshacer tú y yo a cada tramo, para que al final nos encontremos en el punto exacto donde nos separamos.
Gritaban enfurecidos toda clase de halagos y palabras de amor. Temían más el silencio que la idea de tener que decirse adiós.
Por ser ella una fuerza errátil, él quiso estar en medio de la diana, así al menos uno de los dos acertaría aquella noche olvidada.
Si tuviera algo más de dinero, pagaría por todo aquello que mis ojos ven y no se atreven a decir.
Por miedo.
Aunque todo sea cierto,
y estés sin apenas fuerzas,
casi rendida,
en medio de esta tormenta,
aislada de tus sueños.
Yo creo en ti.
Solo cuando llegamos hasta el final descubrimos si todo ha sido una perdida de tiempo o una cuestión de paciencia y tenacidad.
Es lo malo de los supervivientes por naturaleza. El cerebro sabe que pueden encajar todo tipo de golpes y no se molestan en olvidar.
Mis amigos no eran los más graciosos ni los más populares, pero tenían lealtad.
Aquello haría que estuviéramos juntos pasase lo que pasase.
Si hubiéramos dejado nuestros sueños más profundos habríamos permanecido juntos, pero tristemente aislados de nosotros mismos.
La primera vez entré en pánico.
La segunda estaba aterrorizado.
A la tercera empecé a ver en el miedo un poderoso aliado.
No siempre podemos elegir cuando llegará el final.
Sin embargo nosotros marcamos los principios.
Solo hay que empezar…
Los amigos son trozos de cristales rotos que encajan perfectamente formando un espejo en el que podemos vernos a nosotros mismos.