Me hubiera gustado que estuvieras más tiempo del que estuviste.
Aunque eso significara que fueras para mí menos de lo que fuiste.
Nadie le quería ver ya,
unos porque no le habían olvidado,
y otros, porque lo habían hecho demasiado bien.
Nunca entendí el valor de conservar recuerdos.
Si todo iba bien era inevitable comparar.
Si todo iba mal era imposible no añorar.
Vivió acorde a sus decisiones,
tan entregado a los suyos,
que su alma quedó partida en otras almas
y ni la muerte pudo encontrarla.
Soñó que había un hueco en su armario que supuestamente debía tener algo dentro y por más que probaba nada podía llenarlo.
Los misterios la enloquecían
y no había otro más grande que él en este mundo.
Así que se tiró de cabeza a la madriguera de conejo.
Todo se reducía al poder de decisión:
A un gota de morir ahogado.
A una menos de morir de sed.
Y tener que seguir nadando.
Ya habrá tiempo de dejar de creer en novelas,
de abandonar pasadizos
y ser feliz entre guerras.
Queda la noche,
quedan sus huellas.
Los contrarios se atraen cuando no se destruyen.
Por eso la muerte siempre se enamoraba de las personas con más vitalidad.
¿Cómo detengo el impulso de volar más allá del mar? Si quiero quedarme aquí donde están mis miedos y mis batallas por ganar.
Sucede a menudo que las respuestas llegan a la vez que las réplicas inteligentes: cuando es tarde y todo ha terminado.
Y aunque todos pensaban que la armadura le apartaba de los demás, solo le protegía de sí mismos, como a veces hace la soledad.
Que volviera a empezar,
siendo distinto con un toque similar,
donde los principios se repiten
y la ficción se rinde a la realidad.
El ser humano no necesita:
agua, para ahogarse;
alas, para volar;
cuerdas, para sentirse atado;
ni dormir para soñar.
Se volvían a encontrar en cualquier parte,
viéndose sin hablar,
como si una extraña fuerza evitara que se pudieran separar.