Mientras las excusas, el autoconvencimiento y el temor al fracaso continuaran retroalimentándose entre ellos, el miedo sería indestructible y el huésped humano seguiría bajo su control.
Él aparecía, aunque estuviera escondido. Su presencia era
detectable si se miraba de cerca en algunos recovecos de cada pieza que ella le componía.
Tu indiferencia disparada con silenciador, incide, como si de diferentes herramientas de tortura se tratase, actuando como un veneno lento, que nunca acaba de matarme.
El tiempo es voraz, consume todo lo que encuentra a su paso: décadas, años, meses, semanas, minutos… pero solo le alimentan los momentos que pasamos juntos.
Regresó hoy a la explanada
de sus días más oscuros
a recoger las armas
que reposan a la intemperie
tras caer en la batalla.
Mientras siga volviendo, pensó,
no habré perdido esta guerra.
Quedará esperanza.
Solo despiertos
somos capaces de soñar lo que queremos.
Al final de cada:
parada,
experiencia,
ciclo,
viaje,
relación,
sueño,
proceso…
Se esconde una verdad a la que muchos no llegan.
Por miedo.
Las guerras de verdad
las que tienen una causa justa,
no se ganan en una batalla
sino en la lucha diaria
fruto del valor.
Lo cual no quita,
que haya días para inclinar
la balanza hacia nuestro favor.
Vuelvo al mismo punto
a mirar hacia la playa
y siempre olvido que es un charco
sin olas, ni arena
que me devuelve a casa
empapado de nostalgia.
Paseaba por un desierto
de arenas de tiempo
que a menudo sentía movedizas.
El pasado quedaba demasiado atrás
y nada se adivinaba en la distancia.
Solo le quedaba caminar
esperando que el sentido y el destino
pactaran por un final sin espejismos.
Años después volvimos a encontrarnos.
Nada había cambiado.
Ni la situación imposible,
ni los sentimientos reprimidos.
Los dos habíamos renunciado
a aquel mundo que soñamos.
Al mirarnos un segundo,
supimos que no muy lejos seguía existiendo.
Se miraron a los ojos para ver de cerca los anillos concéntricos que tenían marcados, por cada vez que la vida había intentado talar sus almas.
Todo consiste en hacer que nuestras dos líneas de meta
sigan el recorrido que sea
pero den al mismo lado de la playa.
Donde al final nos encontremos.
Hiciste tu fortaleza en un muelle
de madera con vistas al mar.
Nada podía acabar con la libertad
con la que tu pelo hacía al viento girar.
Intentaba huir
como un pájaro que se queda atrapado en una casa de recuerdos.
Y que cada vez que trata de escapar hacia la salida,
se golpea contra una ventana que está demasiado limpia.