Tras aquella mirada de indiferencia se sintió como un niño que le pide a su madre ir a la guerra con una espada de madera.
En noches como esta, mi mente tiende a escapar, porque mi cuerpo se tiene que quedar aquí. Me abrazo al sueño y el sueño se abraza a mí.
Volvió de su viaje y habló durante días. Así derribó los grilletes que retenían sus historias y huyó de la cárcel de sus palabras.
Guardaba los ataques de ira y rabia en su interior. Cuando su fuerza de voluntad se quebraba, sacaba todo el odio que albergaba dentro.
Ella le esperaba al borde del acantilado. Si él no pronunciaba la palabra exacta, saltaría al vacío.
El silencio se hizo eterno.
El papel donde estaba escrita su historia era ahora la venda que cubría sus heridas.
Comprendió por qué ya nunca podrían ser amigos.
Todos los recuerdos se perdieron por su mente. Cuando encontraba alguno, sentía que miraba una postal antigua con dos desconocidos.
Aprovechaba los días de sol para quemar con una lupa los gusanos que sentía en el estómago. No quería volver a sentir mariposas revoloteando.
Apareció de entre las sombras y me susurró:
-Mira hacia adelante.
Cuando alcé la vista, la tumba de ella seguía frente a mí.
Lo que él se imaginaba, lo que nunca llegará, son dos pájaros que se separan y mueren en el mar.
Viendo que llegaba el final, el cerebro hizo de las suyas. Ensalzó los grandes momentos mientras los malos iban desapareciendo.
Aquel niño contaba siempre la misma historia de forma diferente. Necesitaba saber que sus protagonistas podían burlar el destino.
Empezó a llover. Él miró hacia el cielo con remordimientos. Seguiría pagando su penitencia. Avanzó envuelto en un frío silencio.
En noches como esta, el viento me hace volar. Me subo en una corriente cálida, recorro toda la ciudad. El mundo deja de existir.
Mes y medio antes de los exámenes se conocieron. Desde que vio aquella sonrisa, supo que la convocatoria iba a ser un desastre.