Creemos erróneamente que el tiempo nos hará olvidar, nos dará sabiduría, nos curará…
Sin pensar en todo lo bueno que también se lleva.
Y se ató con una finísima cuerda de nailon como si fuera un globo.
Por si la corriente del tiempo les arrastrara, fueran juntos.
A pesar de que se estaba estancando y de que los días le vivían a él.
Él sabía que se puede avanzar sin avanzar si se tiene fe en seguir luchando.
Nuestro tiempo fue una partida de cartas:
Yo llegué demasiado tarde al juego
y tú nunca supiste cómo jugarlas.
Es algo que nunca cambia.
La seguridad del recuerdo siempre es más sencilla que la incertidumbre del mañana.
Nunca creí en aquello de darle tiempo al tiempo. Desconfío de lo que pueda hacer con él.
Sabía que tarde o temprano la suerte elegiría, en la rosa de los vientos, la corriente de aire que él llevaba años persiguiendo.
Últimamente solo se escribía para sí, porque pese a los éxitos y a los fracasos, aún había cosas que se necesitaba decir.
Pese a crecer y madurar,
a decisiones más o menos acertadas,
cambiando su futuro a cada giro,
acabó donde había soñado desde niño.
La memoria.
No es tanto lo que nos da,
como lo que nosotros creemos recibir…
… al recordar.
Podría vivir en el ojo del huracán sabiendo que todo a su alrededor sería destruido, siempre y cuando ella estuviera cerca.
Pese a odiar las despedidas, me aterraba el hecho de no tenerlas. La ira del último momento compensaba evadir un silencio eterno.
En vez de romperse ante el enésimo golpe y desaparecer, el orgullo se volvió una losa de piedra a la que nadie podía acceder.
Aquello se quedaría grabado en su mente:
como hacerse mayor,
como la huella al cemento fresco,
como nunca,
como siempre,
como su primer amor.
Él, el miedo y aquel que lo ostentaba, jugaban a un juego de tira y afloja por conseguir aquello que cada uno más amaba.