«Siempre estaré en duda contigo.» – decía cada noche el León Valiente al León Cobarde antes de acostarse.
Quizá fueron demasiado buenos
o muy cobardes,
pero se quedaron a medio metro
de un beso imposible
y de condenarse.
No todas las despedidas matan,
pero muchos mueren por el silencio que las sigue.
Soy ese verso que cojea
pero rima bien,
un paso lento pero decidido,
donde van
tus miedos superados,
el último niño perdido.
Que todo choque frontal con el pasado,
suele traer recuerdos,
puede provocar daños,
y siempre trata de hacernos recordar algo.
Y era de esa valentía
que no está reñida con el miedo,
sino con aquella que consiste en perseguir todo lo que creemos merecer.
Salvó a la chica
pero perdió la batalla.
Es el héroe que nadie quiere,
pero que todos necesitan.
Un guerrero
que nunca se rinde.
Y conocernos
como si fuera un juego
de no pisar la lava,
de perder o ganar,
con mil batallas
y una sola guerra
de almohadas.
Atraer hacia a ti,
lo que vas a alejar para siempre.
Eso es un abrazo de despedida.
Ella oía caracolas
cada vez que se acercaba al mar
y páginas pasar cuando le contaban historias.
Fue buscando en las personas de su pasado aquella que tuviera en sus ojos la imagen de la persona que quería volver a ser.
Su error fue pensar,
que la conquista era el meta y no el camino.
Todas las ciudades, al final, se acababan por sublevar.
Quizá el olvido sea un poco eso,
besos fríos en invierno
hasta que un día
dejas de sentirlos.
No paran en las estaciones.
Los trenes que cambian vidas se cogen en marcha:
saltando al techo,
corriendo por las vías,
sin miedo.
Un salvavidas se mantiene a flote para que no te hundas.
En su caso, se sumergía hasta el fondo para sacarte si era necesario.