No importa cuántas veces el mundo nos despierte, contigo, siempre vuelvo al mismo sueño.
Estés donde estés,
tengo la sensación extraña,
de que sigues sin ser feliz,
pero esta vez,
yo,
ya no soy tu excusa.
Te sigo buscando en cada espejo,
pero en ningún reflejo
tú estás a mi lado.
Lanzaste al fondo del mar, la única llave capaz de abrir el candado que ataba nuestro amor a aquel puente. Hasta que empezó a ahogarnos la rutina.
Quizá si sigo saltando por este piano infinito, tarde o temprano, aunque sea por accidente, acabe dando con la tecla.
Nunca perdimos el miedo a que el tiempo nos sobrepasara. Los años han volado y la distancia con aquellos recuerdos es mayor que el temor a que perdamos nuestra oportunidad.
He perdido la noción del tiempo que antes contaba en abrazos.
Espero que la sonrisa de entonces aún sea capaz de resucitar al ver las fotos de aquel verano que vivimos juntos.
Como un pollo sin cabeza, tu recuerdo recorre todos los rincones de mi memoria, derribando como un castillo de naipes, mi fortaleza de olvido.
Iba apagando todos los interruptores de la casa, hasta quedarme en la más profunda oscuridad. Porque mientras tú me estuvieras esperando arriba, la luz nunca se iría del todo.
Cuando sientas que tu vida no avanza, lo primero que debes hacer es mirar si sobre el botón de pausa, no están clavados tus pies.
Como una máquina del tiempo, tu olor me hace viajar a aquellos años que fueron nuestros.
Si consigues mantener las ilusiones impulsando tus velas, no habrá mar que pueda detener tus pasos.
Toda pompa termina explotando, pero no permite que nadie le impida disfrutar del vuelo.
A medida que crecemos, vamos cambiando la idea de la media naranja por la del racimo de uvas: la felicidad se encuentra en nosotros y en todas las personas que queremos a nuestro alrededor.