Te costó entender que mi viaje fuera tan complejo, como el tuyo, solo porque lo recorríamos por caminos opuestos.
Ahora que era absolutamente racional nada podía realmente hacerme daño y, sin embargo, notaba que me estaba perdiendo tanto.
Pasaban los días y seguías sin estar lista.
Yo había dejado algo preparado para ti.
Para el día que volvieras a creer en ti misma.
La ausencia de algo no tiene por qué tener un significado,
a veces la nada solo significa eso.
Nada.
A fin de cuentas escribir solo es otra forma de sacar fuera lo que llevas por dentro.
Pero el veneno sigue siendo el mismo.
Solo puede empezar de cero aquel que nunca en su vida se haya atrevido a dar un primer paso.
Seguía corriendo incansable sin parar.
Sabiendo que nadie la perseguía desde años atrás.
Sin ataduras.
Adicta a la velocidad.
No ocupaban espacio y casi nadie podía verlos.
Los libros que había leído decoraban mis palabras desde dentro.
De nada servían mis zapatos de honestidad cuando estaban rompiendo tus espejos en mil pedazos a su paso.
Y yo me seguía cortando.
Repetía el mismo error.
No porque tuviera nada que aprender, sino porque algunas cosas de la vida están simplemente equivocadas.
Hemos jugado nuestros dados,
sido cercanos en noches tristes,
creo que todo ha terminado,
ya no me queda nada más por escribirte.
Sabía que aquello solo era una burbuja, que no era real, pero su luz brillaría lo suficiente para guiarme en la oscuridad.
Se reencontró justo antes del abismo.
Porque a veces son los lugares (y no las personas) las que nos alejan de nosotros mismos.
Yo ya no consigo recordarte,
por más que lo intento,
el tiempo a veces es implacable,
me quedan los sueños,
allí eres inolvidable.
También se puede aprender de las decisiones que no tomaste.
Pero siempre han vendido más aquellas frases sobre arriesgarse.