Hay días en los que recuerdo mejor lo que soñamos con hacer juntos, que algunas tardes que pasamos disfrutando de la vida y no veas cómo me frustra.
En realidad no ha parado ni un segundo de llover este año.
Solo que ahora podéis verlo todos.
Cuando quise darme cuenta
todo el dolor y toda la espera
las causaba mi propio pie
impidiendo cerrar la puerta.
El problema
es que nos acabamos encontrando a nosotros mismos
cuando volvemos a asomarnos al abismo
y recordamos que ya estuvimos antes allí abajo.
Tú decides qué clase de vela quieres ser:
de las que sufre o de las que se impulsa.
Porque el viento no se va a detener.
Tu punto de partido,
fue mi punto de partida.
Supongo que aún quedan viejos recuerdos en los que poder escarbar, a la espera de que surja algún tesoro que no se haya ahogado entre tanta tormenta.
El silencio volvió
como un bumerán
que nadie recordaba haber lanzado.
Ahora que sin ti,
cada día dura tres otoños,
volvamos a vernos en el jardín
el tiempo ha creado un mar de hojas,
sobre el que podremos nadar juntos,
sin fin.
Como si un genio llevase años leyendo nuestros deseos más ocultos, volvimos a encontrarnos en aquel momento, cuando parecía que la vida se negaba a dar segundas oportunidades.
Este será, sin duda,
el año que vivimos de los recuerdos.
Siempre que vuelvo a casa, espero encontrarte sentada en el portal y que me digas que te perdone por llegar tan tarde, pero que a estas alturas hay demasiado tráfico en la vida.
Como una luz al otro lado de la bahía,
me esperas tras la bruma,
pero esto no es el Gran Gatsby
y de nosotros ya no queda
ni la esperanza flotando en la piscina.
El destino solo es un inmenso laberinto con una única salida, gobernado por un caos que nos rodea y una infinidad de decisiones que nos alientan.
Me dices, que hace meses que ya no sientes nada. Y yo solo puedo imaginarte como una de esas estatuas que miran al cielo los días de lluvia y se preguntan por qué ya no sienten de la vida, sus lágrimas.