Al tachar el día siguiente del calendario por error, comprendió que iba a ser un día perdido.
No se molestó en salir de la cama.
Quería perderse y dejar todo atrás.
Pero no era capaz de cortar las cadenas invisibles que le ataban. Cada noche volvía a soñar.
Sus miradas se cruzaron tras muchos años.
El hechizo se rompió cuando sus parejas volvieron.
Se separaban.
Esta vez para siempre.
Sabía que no era lo mejor, pensaba que no era lo mejor y sentía que no era lo mejor.
Sin embargo lo hacía, sin saber muy bien por qué.
Sentado en el tren miró por la ventana y la vio. Quizá estuvo allí, quizá solo lo imaginó, pero nunca más volvería a verla.
El flechazo fue instantáneo solo con verse. Tras la primera cita descubrieron que tenían mucho en común. Ninguno aguantaba al otro.
Se repetía la historia de su vida para saber quién era. No comprendía que algunos capítulos habían cambiado y que él ya no era el mismo.
Cuando se enamoró, las estrellas bajaron a verles. Tardes en el lago y viajes inolvidables. Era perfecto y nunca pasó de su mente.
Adoraba ver en los ojos de los hombres la chispa de magia cuando ella les sonreía. Soñaba encontrar a alguien a quién poder mirar así.
La aventura llegaba a su final tras 6 años. Celebrándolo en la taberna, la nostalgia les invadió entre copa y copa de alcohol.
Ante un nuevo fracaso no podía dejar de sonreír. Fuera le esperaban nuevas aventuras. Pactaría con el tiempo un ajuste de cuentas.
Necesitaba entender que el presente solo era un medio para alcanzar un futuro mejor, y sortear así, las trampas del destino.
En cuánto la vio por primera vez lo supo todo. Se enamoraría, sufriría y ella nunca le iba a querer… pero no podía dejar de mirarla.
Cansada de ocultarlo, se quitó las gafas de sol. Amaría a aquel que consiguiese ver las cicatrices de su alma sin asustarse.
Naufragando en la tormenta, el niño le preguntó al capitán:
-¿Por qué sonríe?
-Porque mientras siga creyendo, todo es posible.