He aprendido a bailar
sobre este suelo de cristales
que queda de la casa de espejos
en la que intentaste encerrarme bajo llave.
Las decisiones correctas aclaran la conciencia, pero enturbian el camino.
Pero ningún fracaso por ello, aguanta a largo plazo.
Si miro un rato más esos ojos,
serás dueño de mi voluntad.
Pongo a cubierto mi mirada.
Contraataco con una sonrisa.
¿La aguantarás?
El precio de un sueño cuesta más
que extinguir unas velas,
ver una estrella fugaz
o lanzar una moneda.
Lo tienes que pelear.
Si tú no enciendes las estrellas,
yo no pienso dejar el cielo a oscuras.
Dispararé fuegos artificiales hasta que no queden en el mundo.
A la hora de la cena el niño deja escapar hacia el cielo un globo con tus recuerdos.
La lluvia trae consigo un nuevo comienzo.
Sigo echándote de más,
cada día que se activa mi rutina emocional.
Tú tomaste el mismo camino,
solo que desde un punto diferente,
aquello hizo tu viaje totalmente distinto.
Te convertiste en mi musa diana,
a la que lanzo dardos envenenados
que se acaban volviendo pura magia.
El tiempo pasó,
como un pájaro que carga con un gran manto sobre los meses,
poniendo un océano entre nosotros.
Con una persona,
la lectura,
una mentira,
la soledad,
un viaje,
los excesos
y otras formas de salvarse.
Aprovechaste que siempre caía de pie,
como los gatos,
para empujarme a tus vacíos.
Hasta que un día me fui volando.
Nunca tuve paciencia para sobrevivir a una muerte lenta.
Dispara si tienes agallas,
pero no te mientas.
Más.
Bajo el frío hielo aún podían verse las costuras de un remiendo que hizo tiempo atrás,
cuando no tenía los medios para dejarlo sanar.
Nadie creyó en ti más que yo. Ahí estuvo el problema, que ni siquiera tú tuviste fe en ti misma.
La marea subió.
El tren se fue.
Adiós.