Se acerca inexorable
la puerta,
la salida,
el final de una era,
cuando dejes de darle cuerda a este reloj.
Ese momento
en el que un recuerdo se diluye
expulsado a modo de suspiro
perdiéndose en el viento
como un susurro inaudible.
De tanto buscarle el sentido,
acabamos por perdernos las cosquillas.
Era solo una piedra más en su historia
pero a fuerza de darle patadas
acabó cargando con ella el resto del camino.
Encontramos
que no nos dejábamos de encontrar
y por instinto
insistimos en seguir hacia delante
y no volver la vista atrás.
Siempre era afable, mas cuando su mente volvía a ciertos recuerdos, se oscurecía como si hubieran vertido en su alma café negro.
Nada le paralizaba más,
que tener miles de puertas abiertas
y ninguna por la que poder escapar.
Se había quedado bloqueado
como un escritor de éxito
ante el síndrome del papel en blanco
que le ha quedado entre líneas.
Había sufrido tanto
que siempre quería de menos
en defensa propia.
Esos días en los que el tiempo se vuelve una fina capa de oro en polvo y no puedes evitar que el viento se lleve trozos.
Cada año examinaba su pasado buscando una mentira que hubiera dado por buena.
Aprendía lo que podía.
Asumía sus consecuencias.
Pese a lo medible del tiempo,
hay días en que todo parece quedar demasiado lejos.
Llegabas y te ibas,
para no malacostumbrarnos,
antes de cumplirse los 21 días.