Mientras me siguiera leyendo, una parte de ella seguiría conectada a mí, aquella que abrazaba la literatura antes de irse a dormir.
Me rompería mil y una veces, como las olas en la arena, agitadas por la tormenta que arreciaba, mudando mi humor en la marea.
Ella temía recordar lo olvidado si le veía otra vez. La ceguera la protegía de sí misma y el miedo de volver a perder…
El punto débil de las armaduras no es un hueco, sino el ser humano, bajando las defensas ante la persona que más le puede dañar.
El error consiste en elegir un camino eternamente.
Como si las mejores cosas de la vida se consiguieran siguiendo una línea recta.
Dejaron el sueño tal y como estaba al partir, por si la realidad seguía con su costumbre de destruir determinados recuerdos.
Si al regresar ya no soy como recuerdas, búscame.
Si no estoy, ten paciencia,
esa parte de mí estará esperando hasta que vuelvas.
El ser humano no fue creado para permanecer en lo más alto.
Cuando pasa allí demasiado tiempo le invade el vértigo o la locura.
Tenía la esperanza de que volviera a ser la persona que conocí tiempo atrás, como un niño espera ilusionado sus regalos de Navidad.
Yo tampoco sé volver a aquel momento, tienes que dejar de intentarlo, es imposible volar a contra tiempo.
Ignoro de dónde salió la valentía aquella noche para atreverme.
Quizá una parte de mí sabía que iba a ser nuestro último baile.
Un buen día dejamos de huir,
aceptamos que estuviera allí,
que no podíamos hacer nada para cambiarlo
y que iba a seguir doliendo.
No importa cuantas veces empecemos de cero, existen ciertos asuntos que permanecen pendientes por mucho que lo intentemos.
Al no coincidir nunca el deber y el querer, acabó en un estado incompleto, donde no quería ya nada y seguía debiéndose demasiado.
Pese a la tendencia a dejar las cosas cerradas a final de año, ella prefería los inacabados que permiten que todo pueda suceder.
365 días para encontrarme de nuevo en Fin de Año haciendo las paces con diciembre y pidiéndole a enero una segunda oportunidad.