Pasó la página cuando llevaba la mitad del libro y vio que ponía “FIN”.
Solo quedaban hojas en blanco.
Y no las quería rellenar.
Aunque recordaba aquella vez que quise olvidarla, me era imposible olvidar todas las veces que me descubrí intentando recordarla.
Y se dieron la mano.
Como niños pequeños, mirando cada uno hacia otro lado.
Para qué jugar a ser mayores, si no se habían besado.
Mientras todos daban la vuelta, descubrí que yo tampoco estaba preparado.
Pero jamás abandoné el camino.
Algún día iba a cruzarlo.
No sé por qué escribía, si necesitaba hablarle al mundo, salvar su alma, o lo hacía para sí mismo. Pero al resto nos hacía soñar
Una sonrisa es eterna,
no responde a cánones de belleza,
puedes encontrarla en la oscuridad más densa,
si es real, es perfecta.
Cuando más crecía su orgullo, más lo hacía su soledad. Y sin embargo era mejor que malvender su alma por una vacía compañía.
Él perseguía día y noche su sombra. Pero tras mucho vivir a oscuras ella temía la luz que él proyectaba al verla.
Aquello no hacía verdadera justicia a lo que había sido nuestra historia.
Pero… ¿era alguien capaz de reducirla a meras palabras?
Una vez hice saltar la banca. Ahora haga lo que haga, siempre se repite la misma jugada.
Y siempre llevo las de perder contigo.
La tranquilidad que siempre les transmitía el mar,
con cada vez que ella se va.
Y él dice: ven.
Y todo vuelve a empezar.
Otra vez.
Me gusta pensar en el miedo como una fuente inagotable de pretextos para no hacer aquello que más anhelamos.
Por más vueltas que daba,
por más luces que estaba buscando,
su sombra ya no le encajaba,
formaba parte de otra persona.
Él analizaba su mente hasta ver por qué aún no se había fijado en ella.
Buscaba la información correcta en el lugar equivocado.
No siempre depende de la pisada.
A veces es la densidad de la arena lo que determina la huella que algo dejará en nuestras vidas.