El tiempo pasa
se pierde de vista
hasta que un buen día
sin esperarlo
pasas de menos,
amas
y todo vuelve a girar.
Hasta que pase el tren
no me cansaré de decirte
que te quiero,
y que todo va a salir bien
Entregaste las llaves de tu ciudad pero nunca te rendiste, porque la conquista es una fase, pero en la guerra de desgaste no te ganaba nadie.
En tu gimnasio de emociones no ganaba la más fuerte, sino aquella que fuera más constante en el tiempo.
Nuestro primer baile fue en la cocina, con el alimento del alma de fondo, pausas entre pasos y risas, cerraban el menú los abrazos de por vida.
Guardaba en una caja blindada de su interior la ilusión por aquellos momentos, hasta que la vida dejara de empeñarse en mostrarlos imposibles y pudiera usar la combinación.
Expulsabas tus palabras a suspiros, destilándolos mientras dormías, para que ninguna explosión de versos, pudiera apagar tu día.
Al final, de tanta experiencia, avanzaba como dando saltos a la comba cada vez que la cuerda del pasado volvía.
Nos ponemos y nos quitamos tantos pesos irreales de encima, que cualquiera diría que estamos entrenándonos para una segunda vida.
En medio de esta guerra encontraremos trinchera para abrazarnos, con la felicidad de quien sabe que lleva consigo el agua, pero necesita un oasis para poder disfrutarla en paz.
Intentarlo nunca tiene un precio, cuando no intentarlo sale demasiado caro.
Traté de encontrar regalos
en una catedral vacía
intenté que volvieran los susurros que una vez me perseguían.
Sigue la lluvia.
Pasan los días.
Ahora que todo el mundo lleva máscara, seguimos sin interpretar nuestro mejor papel.
A lo lejos alguien recitaba a Neruda. A lo lejos.
Desde entonces, yo no he vuelto a ser la misma persona.
La calma está
en nuestro abrazo
y en la forma en la que nos mece el mar.
El último giro de la moneda siempre supo de qué lado caía nuestro anhelo y de cual la suerte. A veces solían coincidir.