Somos un juego de contrarios intentando no chocar, querer lo que no tenemos, tener lo que no queremos y otra vez volver a jugar.
Su estómago se retorcía ahogándole en aquella maravillosa y angustiosa sensación que ya había olvidado: una primera cita.
Esa noche no dejamos de hablar. Las palabras luchaban evitando que el silencio se apoderara del vacío que dejan las despedidas.
Ella era ese gesto sutil que aparece cuando mentimos, obvio para alguien que lo conoce, inadvertido para el resto de mortales.
Empezó a preguntarse qué no andaba bien en su vida cuando su niño interior estaba madurando más deprisa que él.
No sabían hacia donde iban, pero se dejaban llevar cuesta abajo, esperando que al final del camino no encontraran un acantilado.
Se miraban tímidamente y a cada contacto visual ardían llamas de fuego alrededor, pero el vagón de metro se iba otro día más.
Podrían llegar antes, pero las disculpas tienden a aparecer cuando es tarde y hace frío, cuando pocos recuerdan ya lo sucedido.
Vivía en los espacios, en los vacíos que dejaba cuando se iba, porque debía seguir moviéndose y sus huellas se borraban cada día.
Quizá nuestro error fue pensar que esto era una parte más del trayecto y no un mero cruce de vías. Ahora avanzamos perdidos.
Pasaba los días atrapada entre el instinto humano de dejar todo cerrado y las ganas de que alguna puerta quedara entreabierta.
Algunos recuerdos se graban a fuego en la memoria, podemos tratar de olvidar o de recordar otros, pero estos permanecen siempre.
Las hojas del libro de su vida estaban envueltas en pegamento. A veces era imposible pasar página sin romper el capítulo entero.
Engañarnos a nosotros mismos es querer algo que la razón nunca entiende y convencerla de que la mentira es una posible verdad.
Si no tachaba aquellos días del calendario una parte de él siempre pensaría que todo aquello seguía existiendo en otro lugar…
Volaría alto aunque sus alas se rompieran, por si la suerte que llevaba buscando toda la vida le impulsara hasta la cima.