El punto de visión al que enfocaban los ojos del robot coincidía con el avión de papel. Sin embargo, su mirada era fría, como la de un niño que sabe que ha cometido un hecho terrible y a la vez se muestra confundido porque no lo entiende.
Los robots llevaban tiempo programados para tener sentimientos implantados en su inteligencia artificial. Pero aquel niño robot era el primero, tras una serie de fracasos, que había sido fabricado con la capacidad de imaginar.
Acababa de lanzar un avión lleno de gente desde una punta de la habitación a otra. Esto había provocado una catástrofe mayúscula al entrar en contacto con el suelo.
No comprendía por qué se le había activado el sentimiento de culpabilidad por algo que su cerebro analítico no detectaba.
Sufría por algo que no existía realmente.
Era como un triste ser humano.